a nadie le importa que hoy sea nochebuena.
las ramas putrefactas se alzaron y la alcanzaron para no soltarla jamás.
se enrollaron en su largo cuello de cisne blanco como un niño abraza a su estúpido padre durante su cumpleaños.
la asfixiaron... la amorataron... la enfermaron...
no lucharon ni las ramas ni ella.
hubo una entrega derrotada, una entrega resignada...
de espera, de mediocridad tal vez.
la sangre se coagula en su cuello.
no deja pasar nada a su cerebro antes una masa llena de conexiones nerviosas, ahora una masa inerte e inútil.
comienza a enloquecer.
a perder la calma.
a suponer ridiculeces.
a decir locuras.
a pensar sandeces.
a perderse a si misma.
sus sueños se evaporan como lo hizo antes su esperanza a una vida feliz.
las ramas intentan retroceder, pero ella las retiene.
le gusta ese dolor, esa pequeña fuente calor que la envuelve cuando sus heridas se hacen más y más profundas.
las hizo parte de si.
las ramas sufren.
las ramas se retuercen en su impotencia.
están hecha una pasta espesa, pegajosa y fétida al rededor del cuello de cisne de la muchacha.
quieren dejarla.
quieren dejarla ser libre y feliz...
ya es demasiado tarde.
sin el cuello de la muchacha, las ramas morirán...terminarán el el suelo como tierra de hoja...
y sin las ramas, la muchacha no será feliz... según ella.
lograron soltarla mientras dormía y soñaba con un reino hermoso, puro, aromatizado, agradable, armonioso, paradisíaco... con su antiguo reino.
la dejaron.
despacio se dejaron resbalar por la tersura de su cuello amoratado.
murieron en el acto.
la muchacha despertó transformada en princesa de su reino soñado... no necesitaba nada para ser feliz.
estaba todo ahí.
tal como lo había soñado.
tal como había sido siempre.
tal como había sido siempre antes de conocer a esa plebeya hedionda y llena de arapos y retasos de tela enmohesida... con la cara seca como las calles en verano; las manos delgadas, casi muertas, de dedos eternos terminados en una garra verde que le servía de rastrillo para buscar comida que vomitaba y repudiaba; el cabello pajoso, sucio, grasoso, decolorado, irregular; los ojos profundos, metido en una espantosa cuenca que le atravesaba la cara como un hoyo negro...
todo volvió a ser como antes de que la plebeya la hiciera dormir.
al despertar, la plebeya estaba echada en su cintura, agarrándola, asfixiándola, ahogándola, envenenándola...
se la quitó de encima con asco dando un respingo espantado y temeroso...
la plebeya cayó al suelo rodando, tiesa y seca como un pedazo de leña, hasta que se hizo polvo en el piso de la habitación de la princesa.
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1 comentario:
waja!
mmm, no tengo nada de qué reirme.
:S
a vecesquiero estar riendo, y no puedo...
a veces estoy TRISTE y me río...
quien entiended a quien.
esa canciónde kudai, me llegó!
jajaja, que vergüenza kudai...
en fin.
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